La creación literaria femenina durante el siglo XVIII fue más bien escasa, si bien cultivaron con profusión el arte de la correspondencia, que normalmente no estaba dirigido a la publicación. Pero ¿por qué fueron tan pocas las mujeres escritoras durante el llamado Siglo de las Luces? Para dar respuesta a esta cuestión hay que referirse, indudablemente, a la condición femenina y a los roles reservados o desempeñados por la mujer en el seno de la clase social a la que pertenecía.
La condición de la mujer seguirá emulando las estructuras heredadas del siglo precedente, en el que eran preparadas para cumplir con sus roles reproductivos: ser esposas, madres y organizadoras del hogar, y se les tenía prohibido el acceso a la educación, a la formación, que estaba reservada a los varones; las pocas que estaban un poco instruidas eran aquéllas que habían podido escuchar las lecciones que los preceptores impartían a sus hermanos.
A partir del siglo XVII y, sobre todo, del XVIII, se produce un cambio en el sistema educativo, y se crean unas instituciones, controladas por la Iglesia, sea católica o protestante, donde las mujeres estudiaban y se instruían más -los conventos-.
No obstante, la verdadera culturización de las mujeres se producía a través de los salones de conversación. Y los del siglo XVIII, en particular, se habían convertido en potentes imanes para los autores, para los artistas y para sus obras, lo que sin duda aportaba mayor riqueza a los discursos de sus invitados y de la propia anfitriona, que se sentía más libre gracias a su mayor formación.
Ambas cosas unidas, el sistema educativo y la difusión cultural propia de los salones, harían que la mujer francesa del siglo XVIII alcanzase una mayor libertad en tanto que alma de los salones y que llegasen a convertirse, en algunos casos, en autoras. Pero no nos estamos refiriendo a cualquier mujer francesa del XVIII, sino sólo a una élite, a la aristocrática, a las mujeres de la alta sociedad francesa que, a pesar de tener la misma obligación de cuidar de su marido, de sus hijos y de su hogar, su condición social las eximía de realizar estos cuidados personalmente; y con ello se les facilitaba su dedicación a la cultura, al estudio, a abandonarse a la vida del salón.

Sin embargo, este aumento de mujeres autoras y esta ampliación de los ámbitos que abordaron en sus obras no se traduce en un incremento en las obras femeninas publicadas, y ello se debe a distintas razones, siendo básicamente la discreción y la timidez de las autoras las que les conducían frecuentemente al anonimato.
Además, otro motivo que impide a las mujeres publicar es la percepción de que la mujer erudita está muy mal vista: las eruditas eran consideradas como un hombre entre las mujeres y, a la vez, no eran un hombre entre los hombres (Raymond Trousson). Por ello, muchas se refugiaron bajo nombres supuestos, en el anonimato o bien bajo la expresión "una mujer o una lady de condición" (Mme. de La Fayette).
Todo lo expuesto nos lleva a la siguiente conclusión: las mujeres cultas del siglo XVIII son aquéllas que, habiendo querido instruirse, no tenían a nadie a quien cuidar ni ninguna situación social que salvaguardar.
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