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martes, 12 de agosto de 2014

Mujeres en la Ilustración (III). La Creación Literaria Femenina

La creación literaria femenina durante el siglo XVIII fue más bien escasa, si bien cultivaron con profusión el arte de la correspondencia, que normalmente no estaba dirigido a la publicación. Pero ¿por qué fueron tan pocas las mujeres escritoras durante el llamado Siglo de las Luces? Para dar respuesta a esta cuestión hay que referirse, indudablemente, a la condición femenina y a los roles reservados o desempeñados por la mujer en el seno de la clase social a la que pertenecía.

La condición de la mujer seguirá emulando las estructuras heredadas del siglo precedente, en el que eran preparadas para cumplir con sus roles reproductivos: ser esposas, madres y organizadoras del hogar, y se les tenía prohibido el acceso a la educación, a la formación, que estaba reservada a los varones; las pocas que estaban un poco instruidas eran aquéllas que habían podido escuchar las lecciones que los preceptores impartían a sus hermanos.

A partir del siglo XVII y, sobre todo, del XVIII, se produce un cambio en el sistema educativo, y se crean unas instituciones, controladas por la Iglesia, sea católica o protestante, donde las mujeres estudiaban y se instruían más -los conventos-.

No obstante, la verdadera culturización de las mujeres se producía a través de los salones de conversación. Y los del siglo XVIII, en particular, se habían convertido en potentes imanes para los autores, para los artistas y para sus obras, lo que sin duda aportaba mayor riqueza a los discursos de sus invitados y de la propia anfitriona, que se sentía más libre gracias a su mayor formación.

Ambas cosas unidas, el sistema educativo y la difusión cultural propia de los salones, harían que la mujer francesa del siglo XVIII alcanzase una mayor libertad en tanto que alma de los salones y que llegasen a convertirse, en algunos casos, en autoras. Pero no nos estamos refiriendo a cualquier mujer francesa del XVIII, sino sólo a una élite, a la aristocrática, a las mujeres de la alta sociedad francesa que, a pesar de tener la misma obligación de cuidar de su marido, de sus hijos y de su hogar, su condición social las eximía de realizar estos cuidados personalmente; y con ello se les facilitaba su dedicación a la cultura, al estudio, a abandonarse a la vida del salón.

De todo ello es una consecuencia el aumento, en el siglo XVIII, de las mujeres que escriben y lo hacen abordando nuevos ámbitos. En efecto, aunque las novelas siguen siendo el género más cultivado por ellas, seguidas de la poesía, ahora se atreven con libros de historia seria, filosofía, de ciencia y de vulgarización científica, de traducción de lenguas muertas o vivas (pensemos, por ejemplo, en todas las disciplinas en las que destacó Mme. du Châtelet -de la que hablaremos en otra entrega, y de su Discurso sobre la felicidad-, y la variedad de obras que llegó a escribir).

Sin embargo, este aumento de mujeres autoras y esta ampliación de los ámbitos que abordaron en sus obras no se traduce en un incremento en las obras femeninas publicadas, y ello se debe a distintas razones, siendo básicamente la discreción y la timidez de las autoras las que les conducían frecuentemente al anonimato.

Además, otro motivo que impide a las mujeres publicar es la percepción de que la mujer erudita está muy mal vista: las eruditas eran consideradas como un hombre entre las mujeres y, a la vez, no eran un hombre entre los hombres (Raymond Trousson). Por ello, muchas se refugiaron bajo nombres supuestos, en el anonimato o bien bajo la expresión "una mujer o una lady de condición" (Mme. de La Fayette).

Todo lo expuesto nos lleva a la siguiente conclusión: las mujeres cultas del siglo XVIII son aquéllas que, habiendo querido instruirse, no tenían a nadie a quien cuidar ni ninguna situación social que salvaguardar.

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