Ya había acabado el día 4 de agosto, habían ganado un día más a la muerte, eso pensaron, cuando dadas las 12 de la noche y a una hora inusual, fueron a buscarlas. Se armó un gran revuelo en toda la prisión de Ventas, murmurándose las unas a las otras que venían a por las menores; los llantos de impotencia por la injusticia que empezaba a hacerse realidad fueron acompañando el trasiego de mujeres de aquí para allá, abrazando los últimos momentos de vida que quedaban a un grupo de mujeres, que morían por buenas, por honestas, por luchar por la libertad.
Fueron trece las mujeres que aquella noche dejaron la prisión hacinada de otras muchas que también esperaban: su indulto, su juicio, su ejecución (desde el 24 de junio de ese mismo año, no había semana en que no ejecutaran a alguna mujer) o, simplemente, cumplir su condena como es el caso de la única joven de esa maldita causa 30.426 que se salvó de la "pepa", Julia Vellisca, que eludió la pena capital a cambio de doce años y un día de reclusión temporal, como una especie de concesión a la defensa, o como un acto de magnanimidad del Caudillo, como queriendo dejar un testigo de aquel castigo ejemplar, como un toque de atención tanto a l@s roj@s como a las mujeres: no se iba a tolerar más que una opinión, un pensamiento, el Único, el impuesto por los vencedores, y toda aquella persona que osase ir en contra de él, teniendo pensamientos libres, podría acabar pagándolo con su vida; así como tampoco se iba a tolerar otro comportamiento en las mujeres que no fuese el impuesto por el nuevo régimen, como una mujer casta, amante esposa y madre; toda aquella conducta que se saliera de estos viejos roles a los que volvían a verse abocadas las mujeres, sería castigada hasta con la muerte.
Mientras esperaban al destartalado y viejo camión que las conduciría hasta la muerte, unas rezaban y otras aprovecharon para despedirse de sus seres más queridos: Blanca Brisac, la mayor de las trece rosas, se despedía de su hijo, de once años, al que sólo en una noche las fuerzas franquistas iban a dejar huérfano de padre y de madre:
"Querido, muy querido hijo de mi alma. En estos últimos momentos tu madre piensa en ti. Sólo pienso en mi niñito de mi corazón que es un hombre, un hombrecito, y sabrá ser todo lo digno que fueron sus padres. Perdóname, hijo mío, si alguna vez he obrado mal contigo. Olvídalo, hijo, no me recuerdes así, y ya sabes que bien pesarosa estoy.
Voy a morir con la cabeza alta. Sólo por ser buena: tú mejor que nadie lo sabes, Quique mío...."
Dionisia Manzanero, se despedía de sus padres y hermanos: "Queridísimos padres y hermanos:
Quiero en estos momentos tan angustiosos para mí poder mandaros las últimas letras para que durante toda la vida os acordéis de vuestra hija y hermana, a pesar de que pienso que no debiera hacerlo, pero las circunstancias de la vida lo exigen.
Como habéis visto a través de mi juicio, el señor fiscal me conceptúa como un ser indigno de estar en la sociedad de la Revolución Nacional Sindicalista.
Pero no os apuréis, conservar la serenidad y la firmeza hasta el último momento, que no os ahoguen las lágrimas, a mí no me tiembla la mano al escribir. Estoy serena y firme hasta el último momento.
Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni ladrona, sino por una idea.
(...)
Muchos besos y abrazos de vuestra hija y hermana que muere inocente".
Y Julia Conesa Conesa también se despedía de los suyos, con estas palabras:
"Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Cuidar a mi madre. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente.
Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada.
Adiós, madre querida, adiós para siempre.
Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar.
Julia Conesa.
Besos para todos, que ni tú ni mis compañeras lloréis.
Que mi nombre no se borre en la historia".
A las 4 de la madrugada llegó el viejo camión, que poco tiempo después y en silencio fueron ocupando las trece jóvenes, para recorrer los escasos 500 metros que separaban la prisión del Cementerio del Este. "Despuntaba de manera tímida en el horizonte la línea de un sol de verano cuando se apearon del camión, y siguiendo las instrucciones de sus guardianes se dirigieron hacia una tapia habilitada en el mismo camposanto como lugar de ejecución. Todo era silencio...". Había llegado el final de las Trece Rosas, ahora sabían que habían llegado a su destino...
"Las colocaron en línea, hombro con hombro. Transcurrieron unos instantes interminables, de un silencio espeso, interrumpido por el amartillar de las armas del pelotón de ejecución y las voces de mando del oficial que ordenaba cada paso de aquella ceremonia. Sonó entonces una descarga atronadora..."; las cortas vidas de las trece rosas acababan de ser sesgadas por la Justicia de Franco. "Después, con una cadencia monótona, sonaban uno a uno los tiros de gracia, que el jefe del pelotón descargaba sobre las cabezas de las víctimas, y que aquella madrugada las presas contaron para confirmar la muerte de sus compañeras. Uno, dos, tres... trece".
Frente a las tapias del Cementerio del Este, aquella mañana del día 5 de agosto de 1939 quedaron truncadas las vidas de trece jóvenes, que apenas comenzaban a vivir; y ese mismo día empezó a forjarse la "leyenda de las menores" o "las Trece Rosas", "que incorporó a la realidad histórica el acervo de quienes hicieron de esta historia un ejemplo de la lucha de las mujeres contra el franquismo. Y así ha perdurado hasta nuestros días...".
FUENTE: Trece Rosas Rojas, Carlos Fonseca.
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