Amor: esa pasión -quizá- "única que puede darnos deseos de vivir, hacernos agradecer al autor de la naturaleza,..., el habernos dado la existencia"Del conjunto del libro, se desprende que la pasión por antonomasia para Mme du Châtelet es el amor, ese deseo sublime, esa pasión que «quizá sea la única que puede darnos deseos de vivir, hacernos agradecer al autor de la naturaleza, sea quien fuere, el habernos dado la existencia» (p. 111). Pero, es, al mismo tiempo, la pasión más incierta, porque deja enteramente nuestra felicidad en manos de los demás. De ahí que también afirme en su Discurso que la felicidad en el amor es muy raro que se dé, pues no es común que se hayan unido en el amor dos almas gemelas, una hecha para la otra, de tal manera que vivan continuamente envueltos en una ilusión indestructible que les ayude a soportar con el mismo ánimo las desgracias y los placeres. Sabe que dos almas así no existen:
«Un corazón capaz de semejante amor, un alma tan tierna y firme, parece haber agotado el poder de la divinidad; nace una por siglo, como si producir dos estuviera por encima de sus fuerzas o, tras producirlas, estuviera celosa de sus placeres al encontrarse.» (p. 112).
Pero es
posible que el amor nos haga felices con el mero placer que, un alma tierna y
firme, encuentra al amar; y aunque esta forma de amor no nos garantiza la felicidad,
el placer que
experimentamos al abandonarnos a nuestro deseo de amar, aun sin ser amados,
puede ser suficiente para hacernos felices; y si seguimos manteniendo la
ilusión, incluso será posible que nazca en nosotros la creencia de que somos
más amados de lo que en realidad somos, lo que nos llevará a amar tanto que
amaremos por dos y seremos incapaces de ver y sentir nada que no sea esa pasión
amorosa que sólo se sostiene gracias a nuestra ilusión. Por eso, cuando nos
damos cuenta de que ya no existe amor por parte del otro, caemos en un estado
de desesperanza y de tristeza.
Mme
du Châtelet, de ese estado de dolor profundo provocado por el final del amor,
extraerá una reflexión sobre cómo comprender, en las situaciones amorosas, sus
posibilidades y sus límites. El amor debe suponer felicidad y no dolor, y dado
que la mayor felicidad la alcanzamos cuando más independientes somos respecto
de los demás, el amor feliz requiere como condición la independencia amorosa. Una
independencia afectiva que no implica renunciar a la esperanza de ser felices,
incluso de la manera más intensa, a través del placer de amar y ser amado: «¿Por
qué negarnos la esperanza de ser felices, y de la forma más intensa?». Pero,
para ella, esto no conlleva aceptar el amor a cualquier precio; sino que, a
partir de nuestra propia experiencia, deberemos ser capaces de serenarnos y
distanciarnos del amor si nuestro amor propio y la felicidad así lo requieren
(Isabel Morant, 1997, p.78): «no hay pasión que no se pueda superar si estamos
firmemente convencidos de que sólo ha de servir para nuestra desgracia».
Podemos
concluir con Isabel Morant (1997: 78) que la «sabiduría del amor de Mme du Châtelet es: Amar al amor sin
renunciar a la posibilidad del amor, pero si el amor nos abandona, hay que curarse
de él. Cuando el amor ya no es posible, es buena ocasión para practicar el
proverbio “las locuras más cortas son las mejores”».
BIBLIOGRAFÍA:
MADAME DU CHÂTELET, Discurso sobre la felicidad y Correspondencia, Edición de Isabel Morant Deusa, Ediciones Cátedra, Universitat de València, Instituto de la Mujer, Colección Feminismos, 1997.
Todas las citas están tomadas de esta fuente.
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