Matilda de Canossa, la Gran Condesa, fue una de las grandes mujeres de la Edad Media, casi tan poderosa como el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Enrique IV.
El feminismo tiene precursoras en todas las épocas, pero no siempre son conocidas. Una de las más interesantes es Matilda de Canossa (1045/1046-1115), conocida como la Gran Condesa, hija del marqués Bonifacio III de Toscana, que murió cuando ella era muy pequeña, y de Beatriz de Lotaringia, de quien heredó un vasto territorio en el norte y centro de Italia. A Matilda perteneció una región que se extiende desde la planicie del río Po a la Toscana. Decenas de castillos y de ciudades como Modena, Reggio, Mantua y Ferrara que convirtieron a su señora en un personaje rico y poderoso de su tiempo, casi tanto como el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Enrique IV.
La Gran Condesa desempeñó un papel estelar cuando este monarca se enfrentó al papa reformador Gregorio VII para ver quién de los dos nombraba a los obispos. En esa pugna, que se conoce como la 'querella de las investiduras', ella se alineó con Roma en contra de su marido, Godofredo el Jorobado, duque de la Alta Lotaringia, un hombre con el que, evidentemente, no congeniaba.
Fue un matrimonio fracasado al estilo medieval. Godofredo era hijo del padrastro de Matilda, y ella lo aborreció desde que ambos se casaron en 1071. Cuando el cónyuge falleció cinco años más tarde, los detractores de la condesa la acusaron de haber pagado para que lo asesinaran. Otros cargaron las tintas sobre el muerto, culpándole a él de las desavenencias de la pareja.
Ella tenía ideas propias y respaldó al Papa con bastante denuedo, a pesar de que técnicamente, como diríamos hoy, debía obediencia al emperador. Un año después de enviudar, en 1077, Matilda organizó en su residencia familiar, el castillo de Canossa, uno de los episodios cruciales de la Edad Media: el perdón solicitado por el emperador Enrique IV al Papa. El primero se pasó tres días descalzo a la puerta de la fortaleza, en las estribaciones de los Apeninos, adonde había viajado el Sumo Pontífice.
La Gran Condesa debió de ser una mujer piadosa; por supuesto, partidaria de los cambios que propugnaba Gregorio VII en el seno de la Iglesia, pero también una gobernante enérgica. Recorría a caballo sus posesiones, escuchaba a sus súbditos, no sólo a los nobles, y disfrutaba impartiendo justicia. Envió a sus caballeros a numerosas batallas, aunque sin llegar a entrar en combate. La ambición no era el único rasgo que la diferenciaba de sus coetáneas. Había aprendido a leer y dominaba la lengua de francos y teutones.
La señora de Canossa tardó en volver a casarse, tras la poco edificante coexistencia con Godofredo el Jorobado. En 1089 contrajo nuevas nupcias con Guelfo II, duque de Baviera, un hombre mucho más joven. Por entonces Matilda ya no podía concebir hijos, así que murió sin herederos en 1115, a causa de la gota. En el libro Hombres y mujeres de la Edad Media, Jean Claude Maire-Vigueur escribe que tenía una mentalidad abierta, lo que unido a un temperamento combativo hizo de ella "una especie de precursora del movimiento feminista".
FUENTE: El Diario Vasco (Javier Muñoz).
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