Por Frieda Frida Freddy
TransFeminista (y lesboterrorista) de a pie
“¿Hombres feministas? ¿Qué coño es eso? Por favor, ¡eso no existe! Ser hombre es incompatible con ser feminista”. Siempre que digo lo anterior vienen los insultos y las dos grandes e infalibles etiquetas de Feminazi y Odiahombres, no fallan. Me imaginan corriendo detrás de ellos con cuchillo en mano para rebanarles el pene. Y la verdad es que no les culpo, tales imágenes son las que les han posicionado bastante bien para detractar los feminismos.
Pero lo sostengo: ser hombre es incompatible con ser feminista. Y aunque estoy tan cansada de tener que argüir una y otra vez esta aseveración, hoy me decidí dejarlo por escrito, sólo porque estoy de ánimos decembrinos, y porque a ver si dejándolo sentado en un texto, les hace un poquito más de eco, y dejan de insultar por insultar (para terminar reproduciendo siempre lo mismo y que nada cambie). Así que aquí voy. Si han llegado ustedes hasta este renglón, ya han pasado lo más duro del artículo, lo demás es pan comido. Verán.
Pero lo sostengo: ser hombre es incompatible con ser feminista. Y aunque estoy tan cansada de tener que argüir una y otra vez esta aseveración, hoy me decidí dejarlo por escrito, sólo porque estoy de ánimos decembrinos, y porque a ver si dejándolo sentado en un texto, les hace un poquito más de eco, y dejan de insultar por insultar (para terminar reproduciendo siempre lo mismo y que nada cambie). Así que aquí voy. Si han llegado ustedes hasta este renglón, ya han pasado lo más duro del artículo, lo demás es pan comido. Verán.
El sólo hecho de nombrarse hombre, en este mundo social, heteropatriarcal y capitalista en el que vivimos es en sí ya un privilegio, un símbolo de poder (sí, sí, sí, aunque ellos digan que rechazan ese privilegio, pero se da de facto y eso es innegable). Cuando alguien dice: “Yo soy hombre y soy feminista”, inmediatamente vienen para él los adjetivos de “hombre bueno, hombre solidario, gran hombre, un verdadero hombre, un hombre que respeta a las mujeres, un caballero”, etcétera.
En cambio, cuando una mujer dice: “Soy feminista”, la idea generalizada es que se trata sólo de una mujer insumisa, liberada, ¡que al fin abrió los ojos y se dio cuenta que tenía derechos! ¿Ven? Y eso es lo más propio, porque la mayor de la veces la idea generalizada se reduce a que son simples mujeres amargadas, en contra de los hombres, horda de viejas argüenderas, marimachas, locas, que no tienen qué hacer. “Desde el respeto” (y para darles un poquito de estatus social) a veces también les llaman mujeres empoderadas (igualito que los hombres en el espacio público, que ellos ya estaban así de empoderados desde siempre, faltaba más). Estas mujeres feministas hasta tuvieron que sentarse a leer para llegar a ese punto de emancipación y defensa de su propio cuerpo, su vida, su sexualidad, y sus derechos (dejaron de ser tontas, pues, entiéndase). ¡Qué atrevimiento!
Éste es a grandes rasgos el discurso sórdido, misógino, detrás de la bonita fotografía de las que son feministas y el acompañamiento que los “hombres feministas” hacen junto a ellas; bonita postal regalo del mundo social, heteropatriarcal y capitalista, repito. Parece ser que nadie está viendo (o queriendo ver) detrás del fotoshó de la cursi imagen.
Y no, no es esencialismo, permítame revirarle. Es nuestro mundo social, el que hemos (mal) construido. Aquí nombrarse mujer no es ningún privilegio, es arriesgar la vida misma. Es también para la gran mayoría un daño psico-emocional que repercute en la salud física, sexual y social. Esto para quien me diga que si ellos no pueden nombrarse hombres, ellas tampoco pueden nombrarse mujeres (vaya, vaya). Ser mujer es asumir una categoría cimentada en lo inferior y luchar por reivindicarla, es necesario seguir tomándola para combatir este sistema. Aunque en esa posición y adopción se redefina constantemente y se incluyan todas esas otras construcciones del ser mujer, o del no serlo.
Las personas con un pene pueden ser feministas, pero tendrán que abandonar figuras jurídicas, sociales, culturales, y genéricas, como ésta de “ser hombre”, que es el mayor símbolo de superioridad en el mundo (va de nuevo) social, heteropatriarcal y capitalista. Ése es el primer privilegio a soltar. Por ejemplo, conozco a “hombres feministas” que “dejan” que sus parejas mujeres les penetren con dildos (por solidarios), sí, leyeron bien, “dejan”, así entrecomillado, es decir, dan permiso, porque en tanto su categoría genérica de ser hombre, siguen estando en el rango alto y son los que dan el permiso, los que dejan, los que permiten, por solidarios, y nunca porque puedan decir simplemente que les encanta, que lo disfrutan. Así nada más.
Otro típico ejemplo es el de los “hombres feministas” que, ¡hasta cuidan de los hijos y cocinan! ¡Cuánta solidaridad, pol dió! Que me parto. Es decir, que preparan una pastita a la bologñesa los domingos (día en el que han decidido, para no variar, que sus mujeres descansen un poco), y que cambian un pañal y dan palmaditas a sus nenes en la espalda, durante las dos o tres horas que les cargan y les duermen.
Cuando es evidente hasta para mí, que soy daltónica, miope, y con maculopatía serosa, que cocinar es mucho más que guisar, es invertir tiempo en planear lo que se va a preparar, en salir a comprar los ingredientes y administrar los gastos, es trabajo físico frente a una estufa; y no termina ahí, es más tiempo después en limpiar y lavar lo que se ensució. Y no tiene fin, porque de ahí es volver a empezar este círculo.
Y en ese supuesto cuidado de lxs hijxs es el mismo retoque fotográfico. Pues cuidar es mucho más que cargar durante dos o tres horas a un chilpayate y quitarle un pañal lleno de mierda. Es dedicar tu cuerpo, tu energía, y más de la mitad de tu tiempo a alguien. Por darle “frutos del amor” a tu pareja (¿WTF?).
Nuevamente bajo este esquema misógino, los “hombres feministas” ayudan (léase nuevamente, AYUDAN) en las tareas (tan bondadosos ellos), pero continúan sin hacerlas suyas, sin hacerlas propias, porque es obvio que esos roles son exclusividad del ser mujer, ¿no? Son naturales. Lógicamente es el único quehacer que tienen ellas. Es decir, que nunca realizan estas actividades bajo el entendimiento de que también es su casa, y también son sus criaturas. ¿Dónde queda entonces el asumirse hombre y feminista al mismo tiempo? ¿De qué feminismos cacareamos? ¿Estas personas que se definen hombres están realmente cuestionando su posición privilegiada? Hablando en el solo caso de hombres heterosexuales, eh.
Los “hombres feministas” al jactarse con estos dos conceptos así en conjunción, se llenan de aplausos generosos, de reconocimientos sociales. Y de hombres buenos no les bajan. ¡Hasta cogen mejor! Les hacen hecho la fama. ¿Exagero? ¿Quién ha dicho para ellos que se trata de hombres empoderados, argüenderos, locos, maricones, emancipados? ¡Ah!
“Yo soy hombre y soy feminista”, ¿por qué anteponer primero la categoría social genérica antes incluso que su propio nombre? Cuando se puede decir: Soy Pedro y soy feminista, soy Octavio y soy feminista. Y no estoy hablando de una simple forma en el lenguaje. Esto es un asunto de forma y de fondo, porque el lenguaje es lo que construye mundos sociales. Con el lenguaje, con ese nombrar las cosas y a las personas, con el socializar la lengua que hablamos, es con lo que levantamos este mundo social tan descompuesto y podrido que nos oprime día a día. Con el empezar a nombrar diferente, es con lo que lograremos construir otro nuevo, y más libertario. No hay otra.
Y ya de que estos esquemas de “ser hombre” se reproducen hasta en los gays, y de que hombre y mujer no es lo único que se puede ser en la vida (como es mi caso), mejor ni ahondamos porque ya no me da el ánimo para seguir argumentando, por más decembrino que esté el ambiente.
Djóvenes (Periodismo juvenil)
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