Por Daniela A. Elías (*)
La imagen de la bruja es la imagen de la mujer autónoma, la portadora y transmisora de conocimientos, la sabia, la ligada a la naturaleza, la que renuncia a toda imposición, la que denuncia las imposturas, la que contradice, la que se niega, la que es dueña de sí, la extraña, la soltera, la que no quiere parir, la que provoca miedo y hace temblar al statu quo. La bruja es también la artista, la pintora, la creadora de sueños. Ella es la literata, la poetisa.
"Cuando leemos sobre una bruja que fue sumergida en el agua, sobre una mujer poseída por los demonios, sobre una mujer sabia que vende hierbas, pienso que estamos sobre la pista de una novelista perdida, una poetisa silenciada (...)", escribe Virginia Wolf, una bruja mayor. En fin, la imagen de la bruja es la máxima representación de la subversión.
Las brujas de hoy, "indignadas hasta el hartazgo", como señala su Tercera Invocación, nos dimos cita en un "Aquelarre Subversivo", una serie de jornadas de debate, propuesta y articulación frente al brutal patriarcado que "continúa invadiendo nuestros territorios, invisibilizando nuestra sabiduría, criminalizando y mercantilizando nuestros cuerpos y que quiere convertirnos en un dato, en una noticia sensacionalista, en una consigna electoral (...)".
El evento, de carácter autónomo y autogestionado, reunió a mujeres de Cochabamba, La Paz, Oruro, Tarija, Santa Cruz, Sucre. Además, se sumaron brujas de México, Argentina, Chile y España. Todas ellas reunidas y furiosas por las más de 110 víctimas de feminicidios en el último año, por las niñas y adolescentes que son violentadas sistemáticamente, por aquellas mujeres despojadas de sus tierras y avasalladas por políticas extractivistas.
El “Aquelarre Subversivo” fue el escenario para accionar y construir estrategias eficaces y solidarias que hagan frente a un modelo político, económico, social y cultural que legisla, controla, utiliza y deshecha cotidianamente el cuerpo y la vida de las mujeres.
Mujeres anarquistas
El Tambo Colectivo, otro espacio de subversión, acogió al Aquelarre dando inicio al encuentro con una k’oa y un conversatorio con dos brillantes mujeres, dos monstruas de la academia, el feminismo y la lucha: Silvia Rivera Cusicanqui y Virginia Ayllón.
Silvia –socióloga aimara, investigadora e historiadora–, remembró a las mujeres anarquistas de los años 20. De ellas recordó su capacidad de construir espacios de autogestión, de resistir, de crear y de debatir. Así, habló de la creación del Sindicato Femenino de Oficios Varios y la Federación Obrera Femenina (FOF), que aglutinaba principalmente a las mujeres dedicadas a actividades culinarias.
Unas “cholas aguerridas” que resistían al Estado que había tomado la forma del intendente y que, además, llevaron su filosofía anarquista a sus hogares. Sus luchas de reivindicaciones de cultura y de etnia estaban transversalizadas por un eje fundamental, el femenino, el cual era congruente al papel históricamente autónomo de las mujeres andinas y su participación en lo público. La mujer andina que se enfrenta y dialoga con el mundo salvaje; primero lo domestica a través del tejido, y luego, a través del comercio.
Por su parte, Virginia Ayllón, –poetisa, periodista e investigadora–, complementó el debate preguntándose qué es lo que se ha perdido y qué es lo que se debe recuperar de aquellos movimientos anarquistas. Mencionó la capacidad de autoformación que creaba lazos de solidaridad. El amor libre que niega “al Estado la capacidad de entrar en nuestros afectos, en nuestros lazos emocionales”. El derecho de las mujeres a interpelar a sus maridos. Todo aquello que se fue diluyendo a medida que la conformación de sindicatos masculinos se articulaba a intereses y estructuras estatales, mientras la lucha de las mujeres quedaba subsumida.
Para la poetisa, es necesario recuperar los intereses femeninos echando la lógica patriarcal de nuestros cuerpos, hay que cometer parricidio. “El parricidio en el arte es fundamental porque es el camino para encontrar nuestra voz propia, es fundamental para la liberación (…) Echar al padre para redescubrir la lógica femenina”.
En esta jornada se organizaron mesas de discusión y propuestas a partir de cuatro ejes: aborto, violencia, extractivismo y liberación de los cuerpos, teniendo como eje transversal los conceptos de despatriarcalización y descolonización. Liberar el cuerpo, expulsar de él al padre, al Estado, a la Iglesia, a la familia convencional, a todo aquello que intente homogeneizar y castrar, exorcizarlo, para poder abordar y comprender las teorías feministas, para encarnar estas filosofías en acciones cotidianas que tengan como fin la construcción de una sociedad más justa. Una sociedad en la que amar, estudiar, trabajar, reproducirse, vivir, no sea para las mujeres un peligro mortal.
Activismo y arte
Ante la estetización de la guerra, y por tanto de la violencia, Walter Benjamin aseguraba que el comunismo respondió con la politización del arte. Un escenario de interpelación y de gestación de discursos revolucionarios. El arte es una trinchera más y una poderosa arma para muchas reivindicaciones sociales. Por eso, no es de extrañar que las mujeres presentes en el Aquelarre, de tan diversas estéticas y desbordadas de creatividad, manifiesten su activismo a través del arte.
Para dominar el mundo salvaje, recordemos a Silvia Rivera Cusicanqui, las mujeres tejían y, hasta ahora, siguen tejiendo. Tejen redes de solidaridad y de apoyo. Tejen hermandades y colectividades. Tejen para enfrentarse a este salvajismo que invade y asesina los cuerpos femeninos. “Cuando las mujeres se reúnen, el patriarcado tiembla”, decía una bruja mexicana. Pues adivinen qué, las mujeres no sólo se están reuniendo, sino que además se están organizando.
La imagen de la bruja es la imagen de la mujer autónoma, la portadora y transmisora de conocimientos, la sabia, la ligada a la naturaleza, la que renuncia a toda imposición, la que denuncia las imposturas, la que contradice, la que se niega, la que es dueña de sí, la extraña, la soltera, la que no quiere parir, la que provoca miedo y hace temblar al statu quo. La bruja es también la artista, la pintora, la creadora de sueños. Ella es la literata, la poetisa.
"Cuando leemos sobre una bruja que fue sumergida en el agua, sobre una mujer poseída por los demonios, sobre una mujer sabia que vende hierbas, pienso que estamos sobre la pista de una novelista perdida, una poetisa silenciada (...)", escribe Virginia Wolf, una bruja mayor. En fin, la imagen de la bruja es la máxima representación de la subversión.
Las brujas de hoy, "indignadas hasta el hartazgo", como señala su Tercera Invocación, nos dimos cita en un "Aquelarre Subversivo", una serie de jornadas de debate, propuesta y articulación frente al brutal patriarcado que "continúa invadiendo nuestros territorios, invisibilizando nuestra sabiduría, criminalizando y mercantilizando nuestros cuerpos y que quiere convertirnos en un dato, en una noticia sensacionalista, en una consigna electoral (...)".
El evento, de carácter autónomo y autogestionado, reunió a mujeres de Cochabamba, La Paz, Oruro, Tarija, Santa Cruz, Sucre. Además, se sumaron brujas de México, Argentina, Chile y España. Todas ellas reunidas y furiosas por las más de 110 víctimas de feminicidios en el último año, por las niñas y adolescentes que son violentadas sistemáticamente, por aquellas mujeres despojadas de sus tierras y avasalladas por políticas extractivistas.
El “Aquelarre Subversivo” fue el escenario para accionar y construir estrategias eficaces y solidarias que hagan frente a un modelo político, económico, social y cultural que legisla, controla, utiliza y deshecha cotidianamente el cuerpo y la vida de las mujeres.
Mujeres anarquistas
El Tambo Colectivo, otro espacio de subversión, acogió al Aquelarre dando inicio al encuentro con una k’oa y un conversatorio con dos brillantes mujeres, dos monstruas de la academia, el feminismo y la lucha: Silvia Rivera Cusicanqui y Virginia Ayllón.
ACTIVISTAS WITCH |
Unas “cholas aguerridas” que resistían al Estado que había tomado la forma del intendente y que, además, llevaron su filosofía anarquista a sus hogares. Sus luchas de reivindicaciones de cultura y de etnia estaban transversalizadas por un eje fundamental, el femenino, el cual era congruente al papel históricamente autónomo de las mujeres andinas y su participación en lo público. La mujer andina que se enfrenta y dialoga con el mundo salvaje; primero lo domestica a través del tejido, y luego, a través del comercio.
Por su parte, Virginia Ayllón, –poetisa, periodista e investigadora–, complementó el debate preguntándose qué es lo que se ha perdido y qué es lo que se debe recuperar de aquellos movimientos anarquistas. Mencionó la capacidad de autoformación que creaba lazos de solidaridad. El amor libre que niega “al Estado la capacidad de entrar en nuestros afectos, en nuestros lazos emocionales”. El derecho de las mujeres a interpelar a sus maridos. Todo aquello que se fue diluyendo a medida que la conformación de sindicatos masculinos se articulaba a intereses y estructuras estatales, mientras la lucha de las mujeres quedaba subsumida.
Para la poetisa, es necesario recuperar los intereses femeninos echando la lógica patriarcal de nuestros cuerpos, hay que cometer parricidio. “El parricidio en el arte es fundamental porque es el camino para encontrar nuestra voz propia, es fundamental para la liberación (…) Echar al padre para redescubrir la lógica femenina”.
En esta jornada se organizaron mesas de discusión y propuestas a partir de cuatro ejes: aborto, violencia, extractivismo y liberación de los cuerpos, teniendo como eje transversal los conceptos de despatriarcalización y descolonización. Liberar el cuerpo, expulsar de él al padre, al Estado, a la Iglesia, a la familia convencional, a todo aquello que intente homogeneizar y castrar, exorcizarlo, para poder abordar y comprender las teorías feministas, para encarnar estas filosofías en acciones cotidianas que tengan como fin la construcción de una sociedad más justa. Una sociedad en la que amar, estudiar, trabajar, reproducirse, vivir, no sea para las mujeres un peligro mortal.
Activismo y arte
Ante la estetización de la guerra, y por tanto de la violencia, Walter Benjamin aseguraba que el comunismo respondió con la politización del arte. Un escenario de interpelación y de gestación de discursos revolucionarios. El arte es una trinchera más y una poderosa arma para muchas reivindicaciones sociales. Por eso, no es de extrañar que las mujeres presentes en el Aquelarre, de tan diversas estéticas y desbordadas de creatividad, manifiesten su activismo a través del arte.
Para dominar el mundo salvaje, recordemos a Silvia Rivera Cusicanqui, las mujeres tejían y, hasta ahora, siguen tejiendo. Tejen redes de solidaridad y de apoyo. Tejen hermandades y colectividades. Tejen para enfrentarse a este salvajismo que invade y asesina los cuerpos femeninos. “Cuando las mujeres se reúnen, el patriarcado tiembla”, decía una bruja mexicana. Pues adivinen qué, las mujeres no sólo se están reuniendo, sino que además se están organizando.
YIPPIES |
(*) La autora es comunicadora social.
FUENTE: Los Tiempos
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