Por PEPE GUTIÉRREZ-ÁLVAREZ
Publicado en Historia y Vida nº 262. Actualizado.
Hija y esposa de mineros, maestra frustrada por la pobreza, militante comunista de base hasta los años treinta, Dolores Ibarruri, más conocida como "La Pasionaria" -"Pasionaria" a secas para la derecha-, se convirtió durante la guerra civil española en uno de los grandes mitos femeninos del siglo, hasta el extremo de que su seudónimo ha llegado a ser ampliamente utilizado por la prensa internacional para subrayar el carácter activista y revolucionario de mujeres como Jane Fonda, Bernardette Devlin, Anna Walentovyck o Joan Báez (1). El hecho de que a los noventa y pico años Dolores Ibarruri fuera uno de los escasos grandes nombres de la época de la República que seguían en pie, demuestra no solamente una notable longevidad sino también que el mito ha sido casi incombustible a la prueba del tiempo, durante el cual ha conocido una trágica derrota, un prolongado y desgastador exilio, y sobre todo la crisis general del movimiento comunista abierta con el XX Congreso del PCUS que, en su momento, llegó a poner en tela de juicio el llamado "culto a la personalidad", factor sin el cual sería imposible comprender completamente el ascenso de Dolores Ibarruri de "mujer de hierro" -militante conocida por sus obras- a "mujer de mármol" (2), o sea en un personaje situado por encima de la historia sobre el cual no tiene cabida una posición crítica.
Familia católica y carlista
En otras condiciones históricas y sociales, con una clase obrera sometida o domesticada, la trayectoria de una mujer de la entidad de Dolores Ibarruri no hubiera quizá trascendido el marco familiar o local dentro del cual posiblemente alguien hubiera vislumbrado una notable personalidad detrás de una ama de casa cargada de hijos. Pero Dolores Ibarruri nació y creció a la par de un movimiento obrero que tuvo en la cuenca minera de Gallarta, Bilbao, uno de los centros de agitación social más activos de la Península. Concebida en una familia de tradiciones católicas y carlistas, sus primeros recuerdos apuntan, sin embargo, directamente hacia las luchas obreras:
"Los mineros llevaban en huelga en una ocasión varias semanas y los patronos decidieron cortarla, enviando al Ejército. Trajeron un regimiento y lo colocaron desde donde estaban las minas hasta el final del pueblo, con la bayoneta calada. Cuando abrieron las puertas de las casas de los mineros por la mañana nos encontramos con ese terrible panorama. Fue emocionante, yo era una niña, pero recuerdo que las mujeres, en lugar de reaccionar contra los soldados, los llamaban hijos. 'Hijos -decían-, pero, no comprendéis, no veis cómo vivimos. ¿Vosotros vais a disparar contra nuestros hombres?'" (3).
Dolores no aceptó el conformismo de sus mayores, que la educaban para ser una como ellos, la mujer de un minero con muchos hijos. Estudió entonces elementos de cultura general y durante un tiempo acarició el sueño de ser maestra, un objetivo muy extendido entre las mujeres inconformistas. Sin embargo, se vio obligada de momento a trabajar como bordadora y como sirvienta en casa de gente acomodada, y finalmente se casó con un minero, Julián Ruiz, un hombre íntegro y honesto -Juan Andrade, que lo conoció, lo presentaba como el prototipo de obrero militante-, y muy metido en las luchas sociales. El cuadro del nuevo hogar era "de una realidad cruda, descarnada, (que) me golpeó como a todas, con sus manos implacables. Unos días breves, fugaces de ilusión y después... Después la prosa fría, hiriente, inmisericorde de la vida. De una vida triste, mezquina, dolorosa, deshumanizada, descendiendo un poco más cada día en el pantano sin fondo ni límites de la miseria" . Con estos recuerdos, Dolores refleja en gran medida las condiciones de vida de la mayoría de las esposas de los obreros de su época.

Un espíritu inquieto como el suyo, educado en una relación muy directa con las rebeldías proletarias, no podía por menos que pensar que: "... En el hogar, la mujer se despersonaliza... Cuando nació mi primera hija, yo había vivido, en poco más de un año, una experiencia tan amarga, que sólo el amor de mi pequeña me sujetaba a la vida, y me aterraba, no sólo lo presente, odioso o insoportable, sino el porvenir que adivinaba doloroso e inhumano". Madre de seis criaturas, tres de un solo parto, sólo le sobrevivirán dos hijos: Rubén, que morirá durante la II Guerra Mundial en la defensa de Stalingrado, y Amaya, la única superviviente, que la hará abuela y que se instalará en la URSS. En el mito de "La Pasionaria" hay también una importante componente del sufrimiento real de la clase obrera.
Se daban por lo tanto todas las condiciones para que Dolores Ibarruri se montara en el carro de una clase ascendente que en 1917 mostró su capacidad cuando en agosto la unión entre socialistas y anarcosindicalistas dio lugar a la primera huelga general de la historia de España. Dolores interviene en este hecho como una militante experimentada al frente de un grupo de mineros. Meses después llegarían los ecos de la Revolución de Octubre en Rusia, un acontecimiento que le pareció "tempestuoso, estremecedor, como debieron ser los grandes cataclismos que dieron forma al mundo". Militante socialista como su marido, Dolores estuvo desde el primer momento con el sector "tercerista" que representaba Facundo Perezagua, uno de los fundadores del PSOE y había precedido a Indalecio Prieto en la dirección en el País Vasco, dándole un contenido marcadamente clasista y antiburgués.
La escuela del partido
"... Para nosotros, la Revolución de Octubre era también el camino de la revolución en España. Pero los socialistas, yo creo que no lo veían tan claro (...). Es decir, se había producido la primera revolución socialista, pero el movimiento socialista estaba dirigido por jefes reformistas, y entonces, por ejemplo, en secciones como la nuestra, como la sección de Somorrostro (...) se pasó a la Tercera Internacional" (4).
Aunque había comenzado su vida militante en la izquierda del PSOE, es evidente que la formación y la consagración militante de Dolores Ibarruri tendrían lugar en el recién formado partido comunista, y con el cual conocería muy vivamente la represión y la cárcel, durante la Dictadura y también con la II República. Este hecho adquiere especial significación en el caso de un trabajador y sobre todo en una mujer destinada a ser todavía inferior a un trabajador, y que encuentra en el partido los motivos de su emancipación de la fosa social. El partido la saca de la servidumbre y de la oscuridad, la hace sentirse importante para amplios sectores de la clase obrera, para la idea y sobre todo para sí misma. La misión de este partido es nada menos que la revolución socialista siguiendo el modelo inaugurado en octubre de 1917, y en este gran desafío Dolores aprende la regla de oro de todo militante comunista educado en la fe al partido, a saber: la URSS está demostrando que es posible otra vida para los trabajadores y los que la niegan con descalificaciones grotescas -la derecha- no son más que sus adversarios naturales, en tanto que los que la critican -anarquistas, trotskistas- sirven objetivamente la reacción.
Durante muchos años Dolores Ibarruri ha sido presentada por los historiadores oficiales del PCE como una fundadora destacada y una "notable" desde los primeros años de su formación (5). Nada más incierto. Durante muchos años fue miembro del Comité Provincial de Bilbao e incluso asistió como delegada al primer Congreso, pero de hecho será una militante muy poco conocida hasta el final de la Dictadura, durante la cual el PCE fue, junto con la CNT, el centro de atención de la represión policial. Comenzó a ser conocida como oradora y como colaboradora de la prensa comunista donde firmaba algunos artículos como "La Pasionaria". Durante este tiempo no fue ni de los débiles que regresaron al PSOE -rehuyendo por lo tanto a una dura confrontación con el poder- ni de los fuertes que comenzaron a cuestionar la gradual adaptación del partido a las normas derivadas de la rusificación del Komintern, al que algunos disidentes comenzaron a llamar el Stalintern. Ambas exclusiones abrieron paso para el ascenso al campo de la dirección de militantes como Dolores, caracterizados por su obediencia e integrismo.
"Ya en 1932 la vemos dar la batalla, al lado de José Díaz, a las concepciones sectarias y dogmáticas del grupo encabezado a la sazón por Bullejos, que amenazaba convertir el Partido en una versión proletaria de las sectas carbonarias..." (6).
Hasta aquí otra vez la historia oficial, la leyenda. Sin embargo la realidad es muy otra. Dolores Ibarruri accede al Comité Central y a la redacción de "Mundo Obrero" como compensación a su entrega y fidelidad. Durante el período "sectario y dogmático", Dolores escribirá y hablará con vehemencia a favor de la política oficial y desconoce las tradiciones de debate crítico y abierto de la historia del socialismo. Esta identificación es tal que cuando el equipo Bullejos-Adame-Trilla es defenestrado, ella se ve obligada a efectuar su primera y última retractación (7). Nunca más se verá obligada a hacerlo, porque desde entonces estará fuera de toda sospecha.

La misma historia oficial atribuye al nuevo equipo animado por Díaz y "La Pasionaria" un giro que prologa lo que luego será la política del Frente Popular. Tampoco esto es cierto. El nuevo equipo rector sigue traduciendo al castellano las premisas de la política del "tercer período" de la Internacional Comunista (8). Se sigue caracterizando al PSOE y a la CNT como enemigos de clase y a los trotskistas como aliados objetivos del fascismo. El PCE trata en aquella época de crear sindicatos minoritarios afines y opuestos a la CNT y la UGT, y trata de obligar a socialistas y anarcosindicalistas a un frente único "por la base", o sea en contra de sus "direcciones traidoras". Una demostración de todo esto lo encontramos en que cuando realmente comienza a concretarse un frente único con la Alianza Obrera, Dolores Ibarruri definirá a ésta como la "Santa Alianza contrarrevolucionaria", y cuando entra en discusión con ella plantea la expulsión de los trotskistas -o sea de los comunistas discrepantes reunidos en torno a Nin y a Maurín- para firmar su adhesión.
Habitualmente las historias oficiales pasan muy rápidamente sobre este período.